Sin el verano no se entienden. España, país asociado tradicionalmente a la luz, el sol, el mar y la playa, cuenta con infinidad de negocios que viven especialmente del periodo estival.
No puede ser de otra manera, con un porcentaje del PIB dependiente del turismo que ha superado desde hace décadas el 10%. Esto quiere decir que, de cada 10 euros que genera el país, al menos uno no lleva en una de sus caras el rostro de Juan Carlos I ni el de Felipe VI.
Ni siquiera una pandemia que detuvo casi por completo el turismo impidió que la economía española dependiera en buena medida del negocio turístico.
Así, incluso en 2020, año pandémico, el 5,5% del PIB español llegó por esta vía, mientras que en 2021, año en que se dio algo más de manga ancha a los viajes (aunque muchas limitaciones permanecieron vigentes), este porcentaje se elevó al 7,4%, según recoge el portal Statista.
Este año, la previsión es que el PIB dependiente del turismo vuelva a sus tradicionales dos dígitos. En ello tendrá mucho que ver el primer verano de vuelta a la normalidad. Normalidad, conviene aclarar, estrictamente sanitaria, porque el verano será excepcional en todo lo demás.
Con la inflación galopando en España por encima del 10%, niveles que no se veían en el país desde mediados de los años 80, los negocios se debaten entre frotarse las manos ante la potencial llegada masiva de turistas o prepararse para una retracción del gasto que tarde o temprano tendrá que llegar.
Ahogadas por el encarecimiento de los productos, las familias sacan cada vez más la calculadora para saber si van a poder llegar bien a final de mes. En este contexto, Business Insider España ha querido hablar con 4 negocios consagrados casi totalmente al verano: un parque acuático, una heladería, una tienda de surf y un festival de música que solo se celebra en agosto.
Estos son los testimonios de cómo se preparan para uno de los veranos más importantes de los últimos años.
Aquopolis cumple 35 años. Lo hace, explican desde el parque, con nuevas zonas de restauración, abriendo más zonas de toboganes y estrenando en Madrid Kangaroa, una inmensa atracción pensada para el público adolescente.
"Hay que pensar que el parque de Madrid recibe gente de otras comunidades autónomas, con lo que la empresa se prepara para los visitantes durante todo el año", explica la portavoz Arantxa Orusco. Esto, comenta, significa horas y horas de trabajo en cuestiones como el mantenimiento, la seguridad, la homologación de cada atracción, cuestiones legales...
Desde el punto de vista de los recursos humanos, muchos meses antes de la apertura de un parque así hay que ponerse manos a la obra para que dé tiempo a contratar a los más de 150 socorristas que velan por la seguridad de los usuarios.
A ello hay que añadir lo que se tarda en introducir una nueva atracción como la que estrena este año el Aquopolis de Villanueva de la Cañada. "El proceso de las nuevas atracciones es largo. Se establece primero el proyecto y el objetivo de cada una, los sistemas que va a implicar, los protocolos y los procesos", comenta Orusco.
"Después, se estudia todo a nivel técnico y de diseño con la idea de que encaje con el tipo de visitante de cada parque, porque no es lo una atracción en Espala que una en Países Bajos. No es cosa de un año, sino de unos cuantos".
Todo, para que las piezas encajen en un examen que apenas dura unos meses.
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"Estos dos últimos años la gente ha seguido viniendo porque la gente ha confiado en nosotros, pero hemos sufrido por el tema de las restricciones en accesos y las colas. La parte de operaciones iba mucho más lenta, por ejemplo. Este año esperamos volver al ritmo normal", comenta la portavoz.
Con un aforo de 6.000 personas y una entrada que cuesta de media unos 25 euros (desde los 20 euros de la entrada online y reducida hasta los 30 de la entrada normal en taquilla), suponiendo que las instalaciones de Madrid se llenen cada día, una posibilidad nada descartable en mitad de olas de calor como la vivida en España hace unas semanas, se trata de unos ingresos potenciales de 150.000 euros diarios.
Estos, multiplicados por los 81 días que va a abrir el parque este año, totalizan más de 12 millones de euros solo en Villanueva de la Cañada. Demasiado en juego como para dejar algo al azar.
Empezó siendo un mercado de verano.
Hace 10 años, White Summer, uno de los festivales más señalados de la Costa Brava, era simplemente un espacio de encuentro entre algunas de las marcas más de moda de la región y clientes atraídos por la posibilidad de pasar una tarde apacible disfrutando del veraniego atardecer de la localidad gerundense de Pals. Todo, por una entrada de menos de 10 euros.
"Lo empezó montando mi madre un poco por aburrimiento, la verdad, pero enseguida vio que era un negocio con mucho potencial", cuenta por teléfono a Business Insider España Ariadna Barthe, actual directora del festival.
Toma el relevo de su hermano Jan, que quiso convertir el White Summer más en una marca que en un evento concreto, al tiempo que la expandía por más regiones de España.
Algo más contenida tras unos años marcados por la pandemia, Ariadna Barthe, arquitecta de formación, prefiere antes afianzar el White Summer donde está. Para lograrlo, cuenta con un equipo fijo de unas 3 personas que trabajan durante todo el año en el festival. Hacia el mes de febrero, el equipo pasan a componerlo ya una decena de trabajadores consagrados a acelerar la puesta a punto de evento que se juega todo en agosto.
"Lo fundamental es que no llueva el día de la inauguración. Ese es el día en el que más ruido haces, el día en el que te conoce la gente. Si los primeros dos o tres días van bien, ya es fácil que el resto del festival vaya bien, aunque por estadística, durante un mes, siempre te va a llover algún día. Contamos con ello", explica Barthe.
La plantilla completa del festival, finalmente, la componen unas 90 personas, en su mayoría jóvenes de entre 20 y 30 años, que la directora procura que sean de la zona para dinamizar la economía de la región.
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En total, se trata de una inversión en programación e infraestructura de 1,5 millones de euros con la los organizadores esperan un retorno de 1,8 millones.
"Un festival como el nuestro podría generar 2 o 3 millones de euros, pero para eso deberíamos subir el precio de las entradas, y hay que recordar que nosotros empezamos siendo un mercado de verano".
Esto, contando con que este año la coyuntura económica va a obligar a sacar la calculadora más que nunca. "Está todo mucho más difícil. Puedes reservar 600.000 taburetes y que el proveedor te llame al día siguiente y te diga que no los tiene porque se los ha llevado otra empresa. Si hace años recibíamos 300.000 euros de patrocinios, este año durante un tiempo parecía que solo íbamos a llegar a menos de la mitad. Nos ha costado más llegar a esa cifra", comenta la directora.
Buena parte de la clave de la rentabilidad estará, finalmente, en unos artistas cuyo caché puede irse por encima de los 30.000 o 40.000 euros. Este año, el festival contará con las voces de Amaia, Sen Senra y Los Manolos, entre otros muchos.
Desde hace años, la industria del helado libra una encarnizada batalla por convencer a los clientes de que sus productos también se puede tomar en invierno.
Así, si hace décadas era fácil ver a heladerías tradicionales renunciar al otoño y al invierno y cerrar, hoy no son pocas las franquicias que tratan de seguir vendiendo en los meses más fríos.
Una de ellas es La Pecera, una heladería que de un tiempo a esta parte se ha vuelto especialmente célebre en Madrid gracias a sus originales helados de inspiración japonesa: los taiyakis, galletas con forma de pez que van acompañados de bolas de sabores variados que van cambiando cada mes.
"En principio, no diferenciamos entre épocas del año porque intentamos que nuestro producto deje de ser estacional, pero es verdad que en España asociamos mucho el helado al verano y al calor y que los mejores meses suelen ser entre marzo y junio", explica Beatriz Alonso, directora de La Pecera.
Una vez pasado este momento, conviene tener cuidado, porque, aunque es verdad que una ciudad como Madrid recibe muchos turistas, no lo es menos que muchos de los que viven en invierno en la capital en verano se van, por lo que unos y otros se compensan y no se suman.
"Para dar la bienvenida al verano rescatamos sabores como la limonada, que es más fresco, más relacionado con esta época del año. Esa en nuestra forma de prepararnos", comenta la directora, que cuenta con una plantilla de unas 25 personas. Esta alcanza para sacar adelante un negocio que ofrece buenas posibilidades de retorno. Con una inversión de unos 100.000 euros, calcula Alonso, es posible montar una tienda franquiciada.
A partir de ahí, un establecimiento bien ubicado en una ciudad como Madrid puede vender unos 100 helados al día, aunque en picos especialmente notables del verano se pueden llegar a vender más de 500. Con un precio medio de unos 3,5 euros (estos oscilan entre los 2,5 de las tarrinas y los más de 4,5 de algunos taiyakis) los ingresos potenciales ascienden a 350 euros al día, más de 10.000 euros al mes.
Esto, solo en helados: de un tiempo a esta parte, La Pecera ofrece también otros productos como café.
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"Desde la pandemia, hemos empezado de 0. Ha cambiado todo. Si antes los viernes eran días muy fuertes, ahora lo son los lunes. La gente come cada vez antes, lo que adelanta los picos de venta", comenta Alonso.
Lo que no ha cambiado tanto son los favoritos del público: el helado con sabor de yogur griego, un experimento que llegó para quedarse, y el de sabor a nocilla, una colaboración puntual con la conocida marca que, visto el éxito del invento, hubo que prorrogar sine die.
"Los franquiciados están totalmente ligados a la central, y la relación es muy estrecha. Tenemos muchísimas solicitudes de entrar, pero no todos valen: tiene que ser que vivan con nuestras filosofía".
Nacida hace más de 45 años, Bellini, una tienda especializada en surf y de windsurf ubicada en el norte de Mallorca, se fue haciendo un hueco en buena medida gracias a la fama del windsurfista Eduardo Bellini, campeón de España de su disciplina y olímpico en dos ocasiones.
Pero un apellido solo no basta para que a un negocio le vaya bien.
Tratándose además de una tienda tan especializada, a la fama de los Bellini (el padre de Eduardo fue el creador del negocio) hay que sumar además el profundo conocimiento del negocio que tiene Emilio Navarro, quien hoy ejerce como hombre para todo de la tienda.
Este ha sido testigo de la evolución del surf y el windsurf en las últimas décadas: de ser un deporte absolutamente minoritario, apenas café para los muy cafeteros de los aficionados al mar, a popularizarse y ser acogido con cada vez más ganas por el gran público.
Como consecuencia, si hace décadas el 90% de la facturación se hacía en los meses de verano, hoy este porcentaje ha bajado aproximadamente al 70%, algo en lo que ha influido también internet y la posibilidad de acceder a clientes de todas partes del mundo.
Con todo, sigue siendo un negocio estacional, con todos los problemas que ello implica: "Al estar todo concentrado en el verano, es todo un poco estresante porque hay que almacenar mucho material durante meses en que no se vende gran cosa, como febrero por ejemplo", cuenta Navarro.
En concreto, al cabo del año un negocio como el suyo puede gastar entre 700.000 u 800.000 euros al año en un material que, además, trae consigo aparejado el problema de la gestión del espacio: las tablas y las enormes velas con que se practican estos deportes tienen que ir en algún sitio.
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Todo, para generar unos 2.000 o 3.000 euros en ventas en días más o menos normales. Puede parecer mucho, pero no lo es tanto considerando que solo un equipo de principiante para surfear puede costar unos 500 euros y otro para hacer windsurf puede irse ya a los 2.000 o 3.000 euros.
"No es tanto la caja que haces como el margen. Por lo general, es muy estrecho", dice Navarro, que reconoce, por otra parte, que han sido años de vacas gordas para la tienda.
"La pandemia hizo que explotara el negocio. Con los bares cerrados, la gente se iba a la playa a hacer deporte. Han sido años buenísimos para nosotros. Hemos ingresado un 30% o un 40% más con respecto a un año normal".
Pero todo lo bueno se acaba y este año a la tienda se le viene encima una inmensa ola que deberá surfear: la inflación. Con esta y con la previsible retracción de gasto de los clientes, el año 2022 amenaza con comerse los beneficios de 2021, calcula Navarro.
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